Se levantaba a las 6,30 hs, todos los días, de lunes a sábado, salvo feriados o gripes. Rara vez sufría otra enfermedad que ésta, la gripe: puntual, en abril y en setiembre. A las 8,00 hs ya estaba en funciones, su agenda abierta en el escritorio, el café azucarado, el teléfono a la mano. No es tan fácil encontrar regularidades más allá de las 12,00 hs. A veces, almuerzos de trabajo. Otras, la pantalla de la computadora. Quizás, charlas insustanciales con alguno de sus compañeros de oficina. A las 17, 30 hs daba por terminada la jornada. La jornada. El día. Como se quiera llamar: lo daba por finalizado.
Plegaba el mundo al salir del edificio, y no es una metáfora, ¡cielos, no! El mundo se terminaba allí, justo en la puerta de hierro y cristal. Afuera, en el exterior, era, por fin, libre de la rutina.
Y así, por eones, transcurrieron las cosas.
Un jueves, su reloj-despertador atrasó dos minutos. A las 8,02 ya estaba en funciones, su agenda abierta en el escritorio, el teléfono a la mano. Pero el café azucarado le supo un poco más tibio que lo habitual. Muy poco, es cierto. Eso, lo distrajo medio minuto de sus tareas. Se dio cuenta cuando revisó el reloj de su computadora. Con un cierto grado de curiosidad, abrió la ventana del explorador, para constatar la hora oficial.
No pudo volver a cerrarla. El explorador, incapaz de responder a una apertura inopinada en un minuto anómalo, inició búsquedas insoportablemente inútiles y vagas.
Así ocurrió que caímos, todos, en el exterior. Un reloj que atrasó, un café un poco más frío, un explorador desorientado. Poca cosa, diréis. No. Suficiente para que la puerta de hierro y cristal se cerrara. Claro, con nosotros del lado de afuera.
Por eso, todos los días jueves, a las 6,32 minutos, las campanas echan a vuelo y se sueltan globos de colores. Por eso continuamos quejándonos de los árbitros de fútbol, en vez de usar la tecnología para obtener fallos inapelables. Y discutimos interminablemente sobre el amor, el destino, el origen de la especie y el sentido del universo. No vaya a ser que a alguien se le ocurra recomponer los relojes, abrir la puerta de hierro y cristal, e ingresarnos de nuevo a un mundo sin fisuras. A la época en la que él nos plegaba, justo a las 17,30 hs.
¡Joder!
Plegaba el mundo al salir del edificio, y no es una metáfora, ¡cielos, no! El mundo se terminaba allí, justo en la puerta de hierro y cristal. Afuera, en el exterior, era, por fin, libre de la rutina.
Y así, por eones, transcurrieron las cosas.
Un jueves, su reloj-despertador atrasó dos minutos. A las 8,02 ya estaba en funciones, su agenda abierta en el escritorio, el teléfono a la mano. Pero el café azucarado le supo un poco más tibio que lo habitual. Muy poco, es cierto. Eso, lo distrajo medio minuto de sus tareas. Se dio cuenta cuando revisó el reloj de su computadora. Con un cierto grado de curiosidad, abrió la ventana del explorador, para constatar la hora oficial.
No pudo volver a cerrarla. El explorador, incapaz de responder a una apertura inopinada en un minuto anómalo, inició búsquedas insoportablemente inútiles y vagas.
Así ocurrió que caímos, todos, en el exterior. Un reloj que atrasó, un café un poco más frío, un explorador desorientado. Poca cosa, diréis. No. Suficiente para que la puerta de hierro y cristal se cerrara. Claro, con nosotros del lado de afuera.
Por eso, todos los días jueves, a las 6,32 minutos, las campanas echan a vuelo y se sueltan globos de colores. Por eso continuamos quejándonos de los árbitros de fútbol, en vez de usar la tecnología para obtener fallos inapelables. Y discutimos interminablemente sobre el amor, el destino, el origen de la especie y el sentido del universo. No vaya a ser que a alguien se le ocurra recomponer los relojes, abrir la puerta de hierro y cristal, e ingresarnos de nuevo a un mundo sin fisuras. A la época en la que él nos plegaba, justo a las 17,30 hs.
¡Joder!
5 comentarios:
Hola, Esther, soy Elisabet. ¿Sabes? Tomando el hilo de poner "etiquetas" a los relatos y a los escritores, veo que sí hay un tema que a ti te debe fascinar: el tiempo. No te diré que sea "tu tema", pero sí es recurrente en tus relatos. Es interesante... ¿Sabes que he escrito un pequeño manual sobre cómo gestionar el tiempo personal e incluso imparto un curso sobre eso? Ja, ja, pero no es nada literario, sino puramente práctico y funcional.
En este cuento tuyo, ya te señalé en el foro que la impresión que tuve es que el mundo, en realidad, no quedaba encerrado "dentro", sino fuera de esa puerta... El hombre que cree controlarlo es quien se encierra. Y las cosas suceden a sus espaldas, felizmente libres, fuera de él.
Me recuerda también la ley de la entropía universal... Ale, ¡Viva el caos!
Elisabet, Elisabet, !qué alegría que pases por aquí!
Sí, claro que sí: el tiempo me fascina. En todas sus dimensiones.
Y espero que el que controla (esté del lado que esté de la puerta de hierro y cristal) no se dé cuenta que estamos del otro lado, huérfanos de su control...
Cariños,
Esther
Hola, Esther: ¡ay, estas puertas! Si habrán dado que hablar, y aún... ¡no se llegó a unificar criterio!
En mi modesto entender, haces responsable a la conciencia universal de nuestro actual estado de permanencia o impermanencia. Según esta novedosa teoría, el Administrador de dicha conciencia fue víctima de un inopinado atraso en su ¿reloj? cósmico, de dos minutos. Para mayores consecuencias nefastas, lo advirtió mientras degustaba su café demorándose más de la cuenta; de este modo extendió involuntariamente tal degustación en medio minuto más de lo habitual. Con lo que tenemos la friolera de un desliz del tiempo cósmico de dos minutos y medio, o 150 segundos hacia atrás. Los ordenadores cósmicos enloquecieron, todo intento de restablecer las coordenadas vigentes resultó irreversible, y tal quiebre tuvo lugar justo cuando el explorer administraba al planeta tierra en sus rondas solares. Ergo, nos quedamos fuera, con la ñata contra el vidrio, librados a nuestro propio arbitrio, en abierta exclusión del diseño pretederminado por la conciencia universal. Y tampoco tenemos derecho a reclamo alguno contra la evidente negligencia achacable al Administrador, dado que hemos consentido tácitamente nuestra calidad de habitantes del mundo "exterior", mediante el simple expediente de aceptarlo en forma pacífica y continua durante siglos. Y ya se sabe que nadie puede fundarse en la propia torpeza (en este caso, nos chupamos la mandarina de exclusión por eones, "con la leche templada y en canción" como dice Serrat) para reclamar justicia; estaríamos yendo contra nuestros propios actos, fundamento ineficaz, también. Desde otro lugar, tampoco podemos articular nulidad alguna, ya que la nulidad por la nulidad misma es un disparate inadmisible. Tendríamos que sustentarla en los perjuicios sufridos, los que desconocemos, si es que sucedieron, ya que nuestra memoria sólo conoce "este lado exterior".
Como consecuencia necesaria y obligada de la situación vigente, todo planteo o cuestionamiento deviene extemporáneo en el literal sentido de la palabreja, o sea: ¡A joderse!
Porque andamos dando vueltas alrededor de la prescripción de los tiempos. Ello, en tanto dices:
Y así, por eones, transcurrieron las cosas.
Y, tomando en cuenta que "En el uso habitual, un eón es un periodo de tiempo de mucha duración...1 eón equivalente a 1000 millones de años humanos",debemos regirnos por el axioma indiscutible de "perded toda esperanza vosotros que salísteis" (Ay, Dante). Tal sería la conclusión lógica de este evento cósmico.
Te darás cuenta que todo reposa en una cuantificación matemática.
Atento lo cual, sólo nos queda ampararnos en la idea de que somos hijos extrauterinos del cosmos. y así nos va.
Te felicito, me hiciste acalambrar la neurona y me corrí dos minutos más.
Me voy a ejercitar mi libre albedrío. Un besote.
Saludos Azules Extemporáneos.
(Y... no iba a pensarlo dos veces!)
Realmente, Turkesa, tu comentario no tiene desperdicio... ¡pensar a la especie en términos jurídicos! Vaya, si el Administrador es el culpable, cierto ¿cómo demostrarlo, o siquiera hacérselo saber?
¿Existirán Tribunales cósmicos, donde podamos plantear que el cosmos nos reconozca, sí, como sus hijos extrauterinos?
Sí, nos quedamos del lado de afuera, con la ñata pegada al vidrio... mirando hacia adentro, aunque ¿el adentro era/es mejor que el afuera?
No sé. En el adentro, ¿podrías irte a ejercitar el libre albedrío? (jejejejeje)
Todo un gusto que pases por aquí, amiga, y dejes estos comentarios tan tuyos y tan medulosos (con una médula cuidadosamente "protegida" con humor...)
Un abrazo grande,
Esther
Saludos, otra vez yo :)
En cuanto a este texto, decirte que me gusta como lo narras,y la idea, pero que me deja un poco frio, y no sabría decirte porque.
Tal vez sea lo que le pegue a este tipo de textos. Y sea yo el raro, (no seria la primera vez que difiero de una inmesa multitud)
En cuanto a correción solo vi que me pareciera que está mal la abreviatura de las horas.
Un beso, nos leemos
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