—Querida, ¿dónde vas?
—A caminar un rato. Me duele la cabeza —contestó María.
—Esperame que busque un abrigo y te acompaño.
—No, no, dejá, quedate leyendo que afuera hace frío —María retrucó con rapidez, inquieta de que él insistiera, que él pretendiera, que él...
—Es que también me vendría bien tomar un poco de aire. Vamos, salgamos los dos de tanto encierro —afirmó Pedro, con energía.
A ella no le quedó más que pintarse una sonrisa en la cara y asentir. En silencio, maldijo el diario que su marido leía, por no traer noticias de interés. Al fútbol, suspendido justo este domingo. Al pueblucho de merde, donde cada habitante mayor de cinco años parece ser un agente de los Servicios de Inteligencia, y los menores de cinco, aprendices de espías de los otros.
En fin, María, contumaz traidora a los votos matrimoniales, feliz poseedora de un amante clandestino que le traía brisas de sofisticación a su vida — y ventarrones de pasión a sus gónadas—, se resignó a lo inevitable. Parecían ya destrozados los cuidadosos planes, detallados en susurros dos tardes atrás, cuando coincidieron en la misma góndola del supermercado, entre latas de salsa pomarola y mayonesas sin huevo.
—¡Brr! Sí que hace frío, parece que esta vez el invierno vino para quedarse.
—¿De verdad querés acompañarme? Mirá que tu garganta...., luego te engripás y ya sabés que las inyecciones no te gustan, y luego me toca a mí lidiar con tu mal humor.
Para cuando alcanzaron la plaza, estaban discutiendo casi a los gritos. No importaba de qué hablara Pedro, ella respondía con cuchillos en las palabras y ametralladoras en la voz. Cuando llegaron a aquello de “y te olvidaste de mi cumpleaños, el de hace tres años atrás”, él renunció a esperar lógica o razón y con un gruñido que sonó a:
—¿Es que te vino el período, mujer?—, dio media vuelta y volvió a la casita con paso rápido.
María suspiró, aliviada. Había logrado sacárselo de encima. Por suerte no tuvo que emplearse a fondo, mencionando, por ejemplo, aquellas vacaciones que terminaron abruptamente cuando él perdió en el Casino el dinero para el hotel.
Tomó la siguiente calle a la de la plaza, bendita calle, tan llena de árboles que las farolas no logran traspasar las sombras. A esa hora y con tal frío, ni un alma. A veinte metros, el auto de Joaquín esperaba, inmóvil, oscuro, motor encendido, luces de posición. Subió apresuradamente mientras le decía: “Mi amor, no sabés qué me pasó...”
¡Ah!
El conductor no era Joaquín. Más bien, se trataba de una conductora. La esposa de Joaquín, para ser más precisos.
La historia se contó durante semanas en todo el pueblo. Algunos afirmaban que Pedro, enterado de la infidelidad de su esposa, le envió un anónimo a su comadre cornuda. También se dijo que el tipo extraño que se vio rondando por el bar, era un investigador privado contratado por la esposa de Joaquín. Ambas parejas terminaron en separación legal. María, parece que avergonzada por las sonrisas socarronas que la seguían a todas partes, un buen día tomó el tren a la Capital y no regresó. Pedro, luego de digerir sus propios cuernos (tarea difícil que le exigió litros de jugo gástrico) se enredó con la cajera del supermercado, por la cual se informó de varios detalles sabrosos sobre su ex-mujer. Joaquín intentó varias veces reconciliarse con su esposa, pero ésta le tiró todas sus ropas por la ventana, un día de lluvia y al barro de la calle. Como si fuera poco, la ultrajada consiguió una excelente renta de por vida y dos propiedades bien valuadas, juicio de divorcio mediante.
Pero muy pocos supieron la causa real del fatídico encuentro.
El encuentro en el automóvil fue obra del más exquisito azar. La esposa de Joaquín se llevó el auto sin que Pedro lo supiera, y sin saber ella que en ese día y hora, era vehículo de citas clandestinas. Estacionó en la calle maldita, sólo porque se le había desprendido el broche del sostén, y quiso aprovechar la oscuridad para recomponer sus ropas íntimas.
Y sólo dos personas supieron de qué hablaron ambas, en el asiento delantero del auto. Y en otras conversaciones, mantenidas primero, como mujeres que habían compartido un hombre, una con verguenza, la otra con furia. Luego, entre dos mujeres que en la verguenza y en la furia encontraron códigos en común. Por último, por dos mujeres que se sorprendieron al encontrar más atractiva la lencería femenina que la masculina.
Sus amigos de Capital nunca entendieron por qué, en la sofisticada sala del departamento —obtenido en el juicio de divorcio—, luce la portezuela de un automóvil, pintada de suaves amarillos y rosas, y con la siguiente leyenda bajo la ventanilla:
“En el azar confío”
4 comentarios:
Un texto que ayuda ver como son las mujeres. Resultó muy instructivo, jajajaja(es broma).
Y en serio, decirte que no me parece un mal texto, pero si te soy sincero, creo que le falta algo. Aunque creo que no sabría decirte qué.
Si te diré que me da la impresión de que algunas frases podrían estar un poco más hiladas, (nada que un pequéño repaso por encima no pudiera arreglar).
Le vi algunos fallitos, pero como me pasó con otro texto tuyo, me resulta raro comentartelo, (tu sabes de esto más que yo)
Aunque te indico algo por encima: algunos guiones de dialogo no están bien, hay un par de cacofonias. Los acentos de "quedaté" y "esperamé" y bueno, de la dieresis no te digo nada, que ya me dijiste que est abas peleada con ellas, jajajaja.
Venga un beso. Nos leemos :)
Pues, a decir verdad, Palabras... también creo que le falta algo. Básicamente, creo que es un cuento que se apoya demasiado en la historia, como historia desnuda, argumento, digamos, y no todo lo que debería en la estructura formal y/o en las ideas subyacentes. O sea: le falta, le falta... No estoy "ducha" en textos de esta naturaleza, y eso significa que ameritaría el triple de tiempo de escritura y revisión! (jejejeje)
También coincido con vos en que debería sufrir un repaso prosístico. Sin dudas, más tiempo de cocción, en todos los niveles...
Gracias por tu opinión, compañero. Es bueno escuchar una campana que incita a reformular...
(pero no lo de los acentos... ya sé, es todo un problema, pero es puro voseo argentino, jejejeje)
Un abrazo,
Esther
(pero no lo de los acentos... ya sé, es todo un problema, pero es puro voseo argentino, jejejeje)
siempre se me olvida lo del voceo :)
!Es lógico que se te olvide!
(Y para mí es tan natural... que a veces me resulta dificilísimo no utilizarlo)
Un cariño!
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