A Elisabet
Ciertos días poseen una cualidad extraña, que los vuelve irrepetibles en el alma y en la memoria. Se recuerdan como una bruma, apenas una ligera humedad en el aire, casi insustancial. Sin embargo, son los días en los que el mundo se detuvo.
Eugenia se apresuró, sorteando baldosas flojas con sus zapatillas mal acordonadas, la melena cayendo sobre la espalda. Canturreaba – para no olvidarse- la lista: medio kilo de pan, un paquete de azúcar, uno de fideos, un kilo de tomates. Canturreaba – porque no podía dejar de hacerlo- su más bello poema: voy a verlo, voy a verlo, voy a verlo. Eugenia tenía casi trece años y un secreto: los ojos azules y la sonrisa esplendorosa del nuevo dependiente del almacén. Su abuela se extrañaba: “¿Qué le pasa a esta niña que se ha vuelto tan obediente, y ya no hay que repetirle que haga los mandados?” Y recibía las amonestaciones de su madre: “Vaya, si usas el vestido nuevo para andar por el barrio, ¿qué te pondrás para ir a misa?” Eugenia, la cara arrebolada por rubores imprevistos, guardaba silencio, acunando sus secretos entre moneditas de vuelto y dos kilos de papas, que están en oferta.
Ese jueves en particular, los rubores se encenderían en llamas, porque él le habló. ¡Oh! Le habló, pero no como siempre, como todos los días - ¿Algo más? ¿Trajiste el envase?-. Fue distinto, la miró y le habló y le sonrió a ella, y ella supo. En algún lugar de sus entrañas se reconoció en la mirada y el tono de la voz y la sonrisa, y se murió de puro miedo cuando sus manos se rozaron, y ya no de casualidad. Regresó sorteando nubes de algodón, corriendo riesgo de equivocar el camino, tan fuera de sí, que a duras penas recordó alejarse de la verja al pasar por esa casa con perros bravos.
Tenía ya catorce cuando descubrió que un dependiente de almacén carecía de futuro. Sucedió en un día de primavera, plomizo, de luz vacilante. Ella estaba con sus cuadernos de clase, al lado de la ventana, cuando las ideas se le arremolinaron sin que lograra impedirlo, y se vio a sí misma y a él, no ahora, sino más adelante, en los años por venir. Porque a los catorce, con sus faldas que se habían acortado y una prolija cola atando su cabello, Eugenia cargaba con renovada ambición sus libros, camino a la escuela. Empero, él no parecía sentir interés alguno por esas puertas entornadas que ella empujaba para abrir, con creciente emoción. Todo eso es lo que pensó, al lado de la ventana y envuelta en el aire de un día de invierno equivocado de estación.
Entonces, dejó atrás las citas clandestinas y las mentiras piadosas con las que mantenía la inocencia de sus padres. Se olvidó de la vereda despareja del almacén y el cajón de manzanas a su entrada y la mirada azul que la perseguía en sueños. Caminó todos los caminos, esos que la llevaron cincuenta años después a una cama de hospital, con tubos que no desea y máquinas titilantes que no la dejan en paz. Sus hijos creen que su sonrisa leve y su mirada abstraída nacen en la certeza de que ella -devota creyente-, encontrará al hombre con el que compartió los sueños y las miserias, en algún lugar detrás de la muerte. Pero Eugenia, a decir verdad, recuerda el día en que el mundo se detuvo.
8 comentarios:
Esther, he vuelto a leer este cuento con emoción... Cada vez que lo releo es más bonito, y eso sólo pasa cuando en un cuento no hay nada -nada- que esté puesto al azar, porque sí.
Tantas cosas podría señalar: desde ese "verso favorito: voy a verlo, voy a verlo, voy a verlo..." hasta los sueños acundados en las moneditas, el caminar alborozado entre nubes, esa tarde gris en que la razón se impone...
Lo que te quería comentar del tiempo. Leí hace poco un artículo de opinión de un conocido filósofo catalán. Decía que los antiguos griegos distinguían entre dos tiempos: el "cronos", o tiempo lineal, regular, que se sucede con las horas, los días... y el "kairós", que es de alguna manera el tiempo fuera del tiempo, esos puntos de inflexión donde la línea temporal se rompe, se interrumpe, y roza otra dimensión. Esos hitos que son los que marcan la historia o los que iluminan una vida (¿acaso recordamos la rutina de cada día? No, lo que nos queda grabado es una sucesión de esos momentos únicos...) Goethe lo llamaba el "instante", y cito, de memoria: "Detente, oh instante, ¡tú que eres tan bello!". Son esos momentos en que se toca la eternidad; en que, como dices, el tiempo se detiene. Tu cuento, clarísimamente, es la historia de uno de esos momentos: "Ciertos días"...
!Ah!Elisabet, aquí, pese a mi devoción por el azar, es cierto..nada está puesto al azar, porque sí.
Tiempo, tiempo, tiempo...gracias por traer estas ideas sobre cronos y kairós. El tiempo fuera del tiempo: me fascina; el tiempo salpicado de puntos de inflexión, los que llegado el caso, conformarán una línea temporal diferente a la cronológica.
Me gusta, amiga.
Esther
Joer estas dos, pues no me han puesto los pelillos p'arriba...
Mosqueteras, ambas dos y cada unas, qué... qué... qué chipironas son.*
*Chipirón,a(ñamcismo) Dícese de todo aquello que gusta y emociona a ñam. Madre, padre, amigos cercanos, gatos, plantas, todo eso es chipirón.
Por cierto, esa foto de la estación mmmm, me encanta
Mosquetera ñam, !qué manera de reirme!
Oye, el significado del término "chipirón"... observo que tu diccionario es más completo que el de la RAE, incluso (jejejeje)
Me gusta que me incluyas en la categoría...
Luego te cuento de la fotografía. Verás, no es porque sí.
Besos,
Esther
Vaya esther, un texto magnifico, me ha encantado, la verdad. Creo que junto con el del vampiro lo mejor que te he leido. Me agradó mucho como está narrado y ese salto temporal y que arranca al lector de lo que parece un idilico sueño.
En cuanto a correciones, no le vi nada, no sé si porque no hay que hacerlas, o porque el texto me atrapó tanto que el disfrute del lector eclipso todo espiritu corrector.
Si paso a leerlo otra vez, que pasaré seguro porque ya lo hice con el del vampiro, y veo algo te lo hago saber.
Un beso, nos leemos.
olvidé puntear lo de seguimiento ;)
Palabras, compañero, qué gusto me da tu comentario. Verás, también es de mis cuentos favoritos; no sé si es de los de mayor "calidad literaria", pero sí uno de los más emotivos.
Así que me reconforta tu opinión!
Cariños,
Esther
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