Uno podría preparar una
guía de "cosas y sucesos" en Otras
cosas que no te conté. Algo así como:
Acostarse a dormir. Levantarse a la mañana. El televisor. Preparar
el desayuno, la cena. El autobús. La clínica. La oficina. El tabaco. El cine. La
infidelidad. El supermercado. La calle. El edificio. La cola a hacer.
Conversaciones telefónicas.
Porque en estos cuentos
de Boris (Manuel) no hay escenarios magníficos ni aventuras épicas.
Sus personajes viven una
vida como la de todos, lo cual no los priva de constituirse en héroes o
villanos, y, por sobre todas las cosas, no los priva del miedo, la ternura, la
lágrima o la sonrisa.
Así, no es raro que a uno, lector, le suceda encontrarse dentro de un relato, reconocerse en
una escena, en un sentimiento. El narrador cuenta que:
«En la planta baja, los
árboles del jardín interior estaban en flor».
De pronto,
regreso en los años y me veo a mí misma, tras un ventanal, mirando a los
árboles en flor, buscando en la calma de ese pequeño jardín interior con qué aplacar
mi angustia. El relato se convierte, sin que yo lo supiera al iniciar su
lectura, en un puente entre la literatura y mi propia vida.
¿Y quién, a uno u otro
lado del océano, podría escapar a "sentirse como en casa" al leer «Escritura
de cancelación»?
A veces, casi sin que los
personajes se enteren, lo fantástico se acerca a sus vidas y se entrelaza con
ellas: el agua de todos los días se convierte
en un pasaje a otro lado y los ángeles te conversan.
Entonces recuerdo la
magnífica introducción que hizo Giovanni Guareschi a su Don Camilo: el pueblo de Don Camilo está en una región en la que
bien puede suceder que una noche, mientras estás en un puente, mirando correr el río bajo
tus pies, un muerto del cementerio vecino venga a hacerte compañía,
y a vos eso no te extraña y te ponés a hablar tranquilamente con él, porque así
son las cosas en la llanura del Po.
Ya he hablado largo y
tendido, al referirme a sus libros anteriores, sobre la calidad de la prosa y de la estructura de
los cuentos de Boris. Sin embargo, me repetiré a mí misma otra vez, recalcando
la sutileza con que maneja cómo el pensamiento puede discurrir y deslizarse en derroteros
imprevisibles («Las uvas de la suerte» o «El maletero de un coche», por
ejemplo).
Y cómo puede, en muy
pocas palabras y sin utilizar ningún elemento tradicional de un cuento de
terror, lograr que el miedo te traspase. Por lo menos a mí el ruido de un
cortacésped me traerá pesadillas de por vida…
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Y si desean pasar por la fan page, aquí.
2 comentarios:
Esther, muchísimas gracias por tu apoyo. Qué buena reseña.
Es un libro a leer sí o sí, Boris... ¡Ojalá lo tengamos pronto en papel! Digo, por mis pagos nadie lee en kindle, pero sí en papel ☺☺☺.
Abrazos!
Esther
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