así te nombraban, Eva.
¿Te hubiera asombrado saber que la noche de tu muerte brindarían con champán?
Ellos, a los que vos llamabas «oligarcas, vendepatrias». ¿Te hubiera extrañado
que vivaran al cáncer? ¿Que una noche oscura te robaran para que tu cadáver iniciara
un perverso recorrido durante dos décadas? ¿Que sesenta y un año después te
siguieran odiando?
No lo creo. Vos sabías
muy bien cuántos delitos habías cometido. Mujer, pueblerina, pobre y bastarda,
te atreviste a vestirte de seda y oro para ser recibida en las cortes reales.
Te atreviste a tener poder por derecho propio y a ejercerlo sin pudor. En la
ciudad más blanca, civilizada y rica del país, la más europea del continente,
te atreviste a usar el poder para que esos
invadieran las calles. Esos, los
cabecitas negras, las mujeres, los humildes, los desposeídos, los invisibles,
los patas sucias, los del interior profundo del país. Tus descamisados, tus
grasitas, Eva. ¿Te hubiera asombrado saber que te siguen amando? No lo creo.
Vos se lo dijiste un día antes de morir: no abandones a los pobres, Juan, son
los únicos que saben ser fieles.
Te fuiste un 26 de julio
de 1952 y seis décadas después todavía intentamos explicarte. ¡Qué tontería!
¿Desde dónde es posible explicarte, Eva? ¿Desde el espíritu democrático, la
teoría y la praxis revolucionaria, la práctica política a la que estamos
acostumbrados, la…? Vos no fuiste democrática, ni teórica, ni negociabas como
un político.
El problema, Eva, es que
desde izquierda y desde derecha pretendemos leerte entre líneas, sin querer
aceptar que no hay nada que leer entre líneas. Fuiste exactamente Evita. Todo
lo que fuiste, lo eras. Una mujer que amó y odió sin pedir permiso y se quemó a
sí misma en una hoguera que la devoró. Fuiste sinceramente vengativa, autoritaria, rencorosa, no perdonabas, no
dabas ni pedías cuartel. Fuiste sinceramente
una luchadora incansable por los derechos de tus descamisados; ni siquiera los
abandonaste al final, con tus escasos treinta y pico de kilos y el cáncer
comiéndote dolorosamente las vísceras. Eras exactamente lo que decías que eras:
una mujer que amaba a Perón y a su pueblo y odiaba a los oligarcas vendepatria
y a los traidores. La vida por Perón,
decías. Era tu fe y no renegaste de ella ni en la gloria ni en el sufrimiento.
El problema que tenemos,
Evita, al querer explicarte, es que no sabemos qué hacer con alguien que llegó
a ser tan poderosa como vos llegaste a serlo y, sin embargo, nunca dejó de ser tan
abierta, decidida y claramente ella misma, un ser humano apasionado, con sus
gozos y sus sombras.
Encima, mujer. Qué loca,
Evita, qué loca que fuiste, atreverte a tanto siendo mujer en una época en que
ser mujer era como ser pobre, cabecita negra, desposeído.
Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
Y el pobrerío se quedó sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
[…]
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.
[…]
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?
Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.
[…]
Eva. Canciones para el mal
de ojo, María Elena Walsh (1976).
Poema
completo aquí.
3 comentarios:
Y en el fondo es una explicación, con toda la fuerza que un texto literario puede dar.
Un abrazo.
Me ha gustado el texto, salvo en el punto en que afirma "que no puede explicársela a Evita", porque, en ese punto concuerdo con Alejandro Laurenza, considero que el texto mismo ofrece una posibilidad de entender la figura política y humana de Eva. Un saludo.
Hola, Alejandro, David, gracias por pasarse por aquí.
Sí, es cierto… Hay una explicación. ¿O una descripción? Sería para analizarlo con más detalle…
En realidad, lo que ustedes marcan es que no supe explicarme (¡otra vez!) a mí misma con la suficiente claridad.
Eva siempre me inquietó, y, como muchos, leí y leí (de los unos y de los otros) y discutí (ya saben, charlas teóricas de café…) una y otra vez. Pero recién empecé a comprender quién fue Eva cuando, charlando con un viejo obrero, él me contó que, todavía chiquilín, había ido con su padre a ver pasar la comitiva oficial en la calle, cuando Perón y Eva fueron a la ciudad. La vio pasar en un automóvil. ¿Cuánto? ¿Medio minuto, un minuto? Ese hombre, medio siglo después, recordaba ese instante con tanta nitidez que podía describir al detalle la vestimenta de Evita. Tenía los ojos humedecidos mientras me contaba qué hermosa que era; esa mirada de niño, de ingenuidad de niño. Más tarde empezó a trabajar, se hizo peronista, tuvo actividad gremial, atravesó décadas difíciles para un trabajador peronista, y, sin embargo, allí estaba el recuerdo imborrable de ese minuto en que la vio, de pie en un automóvil, mientras él la miraba desde el cordón de la vereda.
En síntesis, creo que a un Che, por ejemplo, es posible comprenderlo a través de una lectura política. O a un Perón. Obvio, teniendo también en cuenta el tiempo y espacio en el que vivieron. Pero no a Evita, no puede explicarse o comprenderse solo desde esa lectura; hay algo más, algo que no se puede aprehender con razones o utilizando el intelecto. En ella, tarde o temprano se rompen las explicaciones intelectuales.
Abrazos,
Esther
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