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6/2/12

La verdadera historia de Necroslogía




Como prometí en la entrada anterior: un cuento sin pies ni cabeza, un relato que escribí en los días en que las revisiones de Prosofagia y Necroslogía aterrorizaban mis neuronas y necesitaba fugarme de la realidad...



La verdadera historia de Necroslogía


Dedicado con todo mi cariño
a los compañeros de La Tribu



Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…

habíase que se había llegado una nave hiperlumínica —algo vieja y descascarada, mohosa por dentro y oxidada por fuera— proveniente de un ignoto planeta situado en el traste de una galaxia de escaso renombre. Llegó a través de un portal transgaláctico de porquería, temperamental, de esos que aparecen y desaparecen cuando se les viene en ganas. Ahora no lo encontrarán por ningún lado: luego de los sucesos que paso a relatar fue bloqueado hasta el fin de los siglos amén (o hasta que el universo se congele, lo que antes suceda).

La nave traía una tripulación compuesta por quince ejemplares de la especie humaniforme de ese planeta, autodenominada Homo sapiens. También venía una colección de dieciocho ejemplares de la especie Monky monkito, con un coeficiente de inteligencia sensiblemente superior al de los humaniformes, tanto que se las arreglaron para subir a la nave como polizones y, una vez en el espacio profundo, convencer a los tripulantes de que no servían para otra cosa que para hacer morisquetas. De esa forma consiguieron viajar gratis, comer a sus anchas, dormir mejor todavía y divertirse hasta la muerte, trabajando poco y rascándose mucho, mientras los humaniformes sudaban la gota gorda de día y de noche intentando mantener de una pieza la pieza de museo que usaban de nave espacial.

Los humaniformes no tenían ni idea de a dónde habían arribado. Parece ser que atravesaron el portal sin darse cuenta, en un momento en que estaban ocupados dilucidando qué letra se veía más bonita sobre una lápida. Si esto os parece ridículo, permítanme aclarar que no les está pareciendo lo suficientemente ridículo: ¡la lápida era de mentirillas! Según ellos contaron, habían escrito un libro de cuentos sobre la Muerte, que no consiguieron publicar en su planeta pese a que intentaron los más diversos caminos. Un integrante se afilió a un partido político e hizo campaña durante diez años, con el exclusivo fin de ser designado Ministro de Educación e imponer el libro como obligatorio en las clases de literatura escolar; pero su partido nunca obtuvo más de un 0,0000001 % de los votos válidos. Otro jugó a la quiniela clandestina durante dos años, dos veces por día, hasta ganar un premio lo suficientemente importante como para autoeditar el libro… Lástima que, para ese momento, estaba en bancarrota, y se vio obligado a emplear el premio en evitar que lo desalojaran, por no pago de la hipoteca, de la carpa donde vivía, en los pastizales junto a las vías del ferrocarril. El más arrojado de ellos aprendió a usar el tablero ouija y se comunicó con los ancestros de los editores más afamados del ramo, e intentó convencerlos de que a su vez convencieran a sus descendientes (si era necesario, embrujando sus hogares con hordas de poltergeist) de publicar el susodicho libro. La jugada no salió exactamente como lo había planeado; requirió tres exorcismos, cinco contrahechizos celtas y quince sesiones de curación del empacho para liberarse de los fantasmas que se le habían acumulado en cuerpo y casa.

Esta buena gente, obsesionada con publicar sus cuentos, decidió tentar suerte en otro planeta. Se inscribieron en los cursos de astronáutica espacio-temporal y tras diez años de estudio intensivo obtuvieron los títulos correspondientes; entonces compráronse una nave en liquidación por vejez vetusta y, con todo en regla, salieron a la búsqueda de una editorial extra-planetaria.

Como ya conté, llegaron sin quererlo al planeta V23 de la galaxia Muy Muy Lejana. Sus habitantes, generosos y pacíficos, se compadecieron de los humaniformes y su triste historia e iniciaron una revuelta planetaria para obligar a las editoriales a hacerse cargo del librillo de cuentos. Craso error, que pagarían caro, como se verá a continuación.

En V23 desconocían la escritura. O la conocían pero no la utilizaban, lo cual viene a ser lo mismo para lo que nos importa. Sus libros eran audio-libros, ¡y qué belleza ver a los habitantes andar por calles y parques, con los auriculares conectados a sus tentáculos auditivos, leyendo sin cesar! Los accidentes de tránsito eran bastante frecuentes, pero eso no arredraba a los tantísimos y entusiastas lectores. Los cuales, tras el éxito de su revuelta planetaria estaban, imagínense, esperando entusiastas que se publicara el audio-libro de los humaniformes.

Previa traducción al lenguaje veveintitrésico.

Y ese fue el problema… La ortografía, sintaxis y estilística de los textos humaniformes no era apta para ser convertida en sonidos veveintitrésicos; la traducción condujo a una interminable cacofonía, a un ritual de cánticos pegadizos y a la vez horrísonos. Los habitantes de V23 cayeron en una espiral autodestructiva; incapaces de escapar al influjo demoníaco de las palabras-sonidos venidos de otra galaxia, no solo escuchaban una y otra vez los cuentos, sino que también los recitaban a viva voz. Dejaron de dormir, de comer, deambulando como zombies por ciudades y campos, arrastrando con ellos a niños en estado catatónico. El gobierno tuvo que movilizar a las fuerzas del orden y seguridad y de la salud, previo taponar sus tentáculos auditivos con gasa y envolverlos en vendas y yeso aislante. Recogían de las calles a los más afectados, los dormían con drogas o tentaculazos (lo que hiciera falta) y los arrastraban a los centros de salud psiquiátrica que se montaban casi en cada esquina. Los bomberos, ojerosos y macilentos, invadían las casas, bibliotecas y librerías secuestrando ejemplares del libro maldito para incinerarlos en los descampados. Pese a todo, la batalla se hubiera perdido si no fuese porque un funcionario hizo un descubrimiento asombroso: los empleados de las oficinas gubernamentales eran inmunes. Nunca se supo por qué, pero yo creo que la costumbre de oir papeles inútiles y absurdos, típicos de cualquier burocracia (sea de la galaxia que sea), los llevó a adquirir una resistencia inusual a los sonidos infernales. El caso es que el gobierno cerró todos los ministerios y envió a los empleados como fuerza de choque contra los libros. Fue la única vez en toda la historia del planeta que sirvieron para algo útil, ¡pero qué útiles fueron esa vez!

¿Y los humaniformes? Para salvarlos del linchamiento los encerraron bajo siete llaves en un refugio subterráneo cavado apresuradamente y sin comodidades. Aburrido, un refugio subterráneo sin comodidades. Para no aburrirse más, hartos de mirarse las caras y comer comida enlatada saborizada con sabandijas, decidieron escribir una segunda antología, cuyo título sería:
«De los extraños sucesos acaecidos en el viaje interestelar de una nave perdida a través de sistemas solares hiperespacios agujeros negros y otros accidentes geográficos de diferente naturaleza y de cómo alex boris clarinete edgardo elisabet esther gothian harvey nelo pedro pepsi plásido rafa valls zoquete lograron sobrevivir a la muerte por asfixia por envenenamiento serpenteril por gravedad excesiva por deshidratación desértica y otros accidentes (¿sinónimo?) terribles sufridos en su vagar sin norte ni guía ni esperanza ni fe ni jabón perfumado.»

Cuando los veveintitrésicos se enteraron del proyecto y tradujeron el título… Sin dilación alguna los cargaron en una nave y los enviaron de una patada tentacular a través del portal. Luego juntaron los bordes del portal y los engramparon. Para reforzar, cosieron el portal por encima de las grampas, con un bonito y sólido punto cadena y preciosas cuerdas de colores vivos. Una vez seguros de que estaba bien bloqueado, lo impulsaron con un cañón súper-impulso-de la muerte mundial hacia el borde de la galaxia. No volvieron a saber ni del portal ni de los humaniformes, hoy convertidos en el cuco para asustar a los niños que no quieren tomar la sopa.

¿Y los Monkys? Se fueron a una isla tropical, donde vivieron y se reprodujeron alegremente entre daikiris y hula-hulas. La colonia monkiana creció y creció, y al fin montaron un HumanisicPark, con el que ganan muchos pesos veveintitrésicos por año veveintitrésico, y continúan viviendo y reproduciéndose alegremente.





4 comentarios:

Daniel A. Franco dijo...

Oye, este cuento está de lujo. Me pareció el colmo de la neurosis encontrarme con el término veveintitrésico y empezar un debate interno sobre los méritos ortográficos de escribirlo así o si fuere más mejor decir "v23-ita", o quizá "v23-ol".

Hace tiempo que no te veía divertirte tanto al escribir, y me da gusto que así sea.

Y qué bueno que no llevaban en su cacharro espacial a tremendos adefesios como yo he de comprender, porque entonces hubieran completado la colección georgeluciana con su propio "Jabba the Hutt".

Me da gusto notar cuánto disfrutaste escribiendo este cuento. Felicidades,

D

P.D. He pensado escribir reseñas de cada cuento y subirlas una a una a mi blog, y al final dar una opinion global de la Necroslogía. Nomás denme un ratico para completar la primera lectura. Bueno, conste…

Antony Sampayo dijo...

Hola, Esther.
Leerte es distraerse del tema central del texto para concentrarse en las formas, aprender y aprender.
"Esta buena gente, obsesionada con publicar sus cuentos, decidió tentar suerte en otro planeta", tomo vuelo, amiga.

Besos.

Esther dijo...

Jajaja... Daniel, te diré que "23" fue por azar, pero en cuanto escribí por primera vez "veveintitrésico" supe que, sin lugar a dudas, el nombre del planeta era el correcto...

Sí que me divertí escribiendo un relato tan absurdo; parte es George Lucas y parte Stanislav Lem y sus maravillosos cuentos tipo "Ciberiada". ¡Y parte es solo dejarse llevar por los monkitos!

Gracias por pasar por aquí, Daniel, y lamento haber tardado tanto en responderte; estoy en un periodo de casi nula aparición por la Red, esa es la verdad.

Un abrazo,
Esther

PD: y por mi parte aún no cumplí la promesa de pasar por tu blog a leer un par de cuentos...

Esther dijo...

¡Hola, Antony!

También te pido disculpas por el retraso en la respuesta: poco ando en la Red últimamente, por falta de tiempo.

No sé, a veces parecería que realmente uno tendría que tentar suerte en otro planeta para lograr publicar, ¿no es así? Lástima que todavía eso no es posible, jajaja. Quizás sí para nuestros tatataranietos... Pero, por el momento, no hay que renunciar a levantar vuelo, únicamente hacerlo con las posibilidades que tenemos en la realidad real de este 2012.

Un abrazo,
Esther