Uno
Pongamos una fecha y un lugar: julio de 1822, Guayaquil.
No es mi intención ingresar a las polémicas sobre qué sucedió en el encuentro entre Simón Bolívar y José de San Martín. Solo un símbolo: en ese momento y lugar confluyó el ejército que venía del norte, liberando tierras de los conquistadores hispánicos, y el ejército que venía del sur, liberando tierras de los conquistadores hispánicos. La reunión entre Bolívar y San Martín representa, simbólicamente, a un continente que dejaba de ser colonia ultramarina para constituirse en independiente y soberano.
Dos
Pongamos una fecha y lugar: julio de 1824, Londres.
El gobierno de la Provincia de Buenos Aires firma un empréstito con la Baring Brothers. Otro símbolo. El Banco inglés le presta al incipiente estado argentino un millón de libras para realizar varias obras. El Estado de Buenos Aires colocaba como garantía todos sus bienes, rentas, tierras y territorios. Recibimos únicamente poco más de 500 000 libras, de las cuales solo una fracción llegó como oro; el resto, como letras de cambio. El dinero se dilapidó en fruslerías. El préstamo tardó ochenta años en pagarse, no se pagó en letras de cambio sino en oro contante y sonante y abonando varias veces el monto recibido.
No fue un préstamo aislado: formó parte de una política británica en Latinoamérica. El colonialismo que habíamos echado por la puerta grande —a pura sangre de gaucho, indio, campesino— ingresó rápidamente por la ventana —elegante, culto y dueño del dinero—: la deuda externa había nacido y su parto auguraba un dominio más feroz que el anterior.
(¿Por qué será que me viene a la memoria Liza Minnelli y Joel Gray interpretando Money money en Cabaret?)
Tres
Sin embargo, esta secuencia simbólica temporal es engañosa; los simbolismos tomados como explicación maniquea de la realidad siempre son engañosos. Para 1824 hacía siglos que los Bancos habían irrumpido en los procesos de construcción de imperios (¿de dónde sacarían el dinero los monarcas europeos para sostener sus guerras?).
Dice, Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina (1971), al relatar la expropiación de las riquezas latinoamericanas a partir del siglo XV:
«Entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España en poco más de un siglo y medio, excedía tres veces el total de las reservas europeas. Y estas cifras, cortas, no incluyen el contrabando.
[…]
Los españoles tenían la vaca, pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas los tesoros de América.
La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles…»
No por nada Canning, el ministro inglés, decía, en 1824: «La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa». Tenía razón.
Latinoamérica ya no disponía de tanto oro y plata para entregar, pero sí cobre, estaño, cueros, carnes, café, salitre, lana… Los empréstitos, el libre comercio (eufemismo para los nuevos monopolios) y los capitales extranjeros hicieron, durante el siglo XIX, un continente que seguía siendo una inmensa colonia aunque se pensara a sí mismo como libre y con capacidad de autodeterminación.
Como todo colonialismo, requería de la mayor riqueza de los pueblos para ser sostenido: los propios pueblos. Su gente. Ya sea para ser aniquilados —y liberar sus tierras— o para ser usados como mano de obra barata. Muy barata. Demasiado barata. Sangre y pobreza de gaucho, de indio, de campesino.
Cuatro
El siglo XX no inventó a las compañías comerciales y financieras como hacedoras de imperios colonialistas. Ya estaban inventadas desde hacía mucho. Pero sí les dio todavía mayor preponderancia y mayor poder sobre los gobiernos políticos.
E inventamos una nueva fuerza colonizante: los trucos de prestidigitación.
Hace algunos siglos atrás las entidades financieras prestaban dinero a los reyes para que ellos extendieran sus dominios y mantuvieran el lujo de los privilegiados. Hoy, los capitales financieros no manejan dinero sino la ilusión del dinero. Los miles de miles de millones de dólares/euros/otra moneda que ahogan a los pueblos endeudados en exorbitantes deudas externas no existen en ningún lado. Si existiera tanta riqueza su peso ya hubiera hundido el suelo en un pozo más profundo que cualquier pozo petrolero. Se trata de simples trucos de prestidigitación.
También inventamos, en las últimas décadas, una nueva forma de colonialismo: la Aldea Global, una única gran colonia cuyas riquezas son expoliadas sin cesar. No más una cuestión de países sino una cuestión del poder económico-financiero global.
Eso constituye una de las formas más insidiosas de poder: es fácil darse cuenta de la invasión de un ejército extranjero; es fácil ubicar los rasgos y la voz de un general o un gobernante. Pero ¿cómo darse cuenta de la existencia de un poder que es abstracto, que no tiene cara ni voz humana? ¿Y cómo se lucha contra lo que no se ve, no se toca, no tiene forma física y existe deslocalizado en todo un planeta?
Hoy, las fronteras entre el Primer Mundo y todos los otros Mundos se difuminan, se invisibilizan: aquí o allá, no importa, la riqueza a la que se echa mano, la única que a la postre sigue existiendo cuando se agotan los yacimientos y que nunca se convierte en ilusiones de prestidigitador es la gente, nosotros, usted, yo. En el fondo, la gente, nosotros, usted, yo, somos los gauchos, los indios, los campesinos, los pobres, los infinitos aluviones zoológicos que han poblado el mundo desde que es mundo, aunque ilusoriamente creamos que no, que somos "clase media", colegio privado para los hijos y cambiar el automóvil cada dos años.
RicardoForster (6 de octubre 2011, revista Veintitrés), dice:
«[…] Desmontaje material y simbólico del Estado de Bienestar que, a un ritmo que se aceleró en los últimos años, se correspondió con la proyección impúdica de la inverosímil concentración de la riqueza en cada vez menos manos (un puñado de multimillonarios son dueños de una renta equivalente a la de 148 países y, en un informe algo atrasado de las Naciones Unidas –la cosa ahora es peor todavía–, se decía que no más de 50 personas físicas eran poseedoras de la mitad de la renta del total de la humanidad). A mayor crisis y desolación democrática, mayor desigualdad y ampliación exponencial de la concentración del capital. De la brutal crisis desatada en el segundo semestre de 2008 los únicos vencedores han sido sus principales causantes: los bancos y las entidades financieras que recibieron extravagantes sumas de dinero para tapar los agujeros negros que sus propios manejos especulativos y construidos sobre el más absoluto de los engaños generaron en el interior de sociedades que parecían disfrutar de regalías infinitas. Los ciudadanos de esos países hoy son testigos, la mayoría de ellos incrédulos y sin herramientas conceptuales para intentar comprender qué sucede y qué realidad despiadada se les avecina (como ya la están sufriendo los griegos y, en gran medida, los españoles) como consecuencia de un proceso de impudicia político-económica, sustentado sobre un relato hegemónico avalado y multiplicado por los grandes medios de comunicación europeos y estadounidenses, que ha terminado por responsabilizar a los sectores más vulnerables de la población de los cuantiosos daños causados por la implementación de las políticas neoliberales […]»
Cinco
En junio de 1810 Mariano Moreno escribe:
«Si los Pueblos no se ilustran, si no vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tirano, sin destruir la tiranía...»
6 comentarios:
Un visionario Mariano Moreno.
Todo lo escrito en este post es digno de analizar, o mejor hacérselo analizar a todos los causantes de que en España, como en muchos otros países, existan familias con todos sus miembros sin trabajo. Y digo yo, si esto no se arregla, y como se ha atrevido a decir un miembro de F.M.I., puede llegar el día, si no cambia la cosa,que todos estén sin trabajo, entonces ¿Quién hará ganar dinero a los que han provocado este horror?
La historia, como se indica en este post, nos enseña que siempre existe quién sufre para que otros no lo hagan.
Una reflexión: ¿Aprendemos? Una respuesta sería: Sí, pero no los que deberíamos.
Un abrazo
Jesús
En España, una institución que está evitando la explosión social es la familia. La solidaridad familiar hacia sus miembros empobrecidos por el desempleo sostiene contra el huracán destructor del tejido económico. Padres jubilados, abuelos con pensiones pírricas, están al quite, por el momento, para defender a los suyos.
Hola, Jesús
Ah, cuánta razón tenés... Sí, aprendemos. Pero no lo suficiente. La ambición despiadada de algunos pocos necesita —no hay otra— del sufrimiento de los muchos; no hay otra porque ¿cómo obtendrían lo que quieren, sin sacárselo a otros?
Al igual que en España, aquí tenemos también familias donde nadie trabaja; chicos que crecen sin saber qué significa que en su familia haya aunque sea un adulto con trabajo. Y estas cuestiones vana más allá de la ausencia de un salario: el trabajo es uno de los elementos claves en la construcción de interna de los individuos y de la sociedad.
Un abrazo,
Esther
Hola, dafd... Vaya, no solo hace tiempo que no sabía de vos, ¡acabo de enterarme de tu blog, y eso que ya tiene un buen rato de andadura! Bien, me daré una vuelta por allí, a leer los cuentos...
La familia es el núcleo más importante en el tejido social; y es cierto, cuando está, es la que lucha, en conjunto, para la supervivencia de todos cuando las cosas son difíciles. ¿Cuando no está? Ah...
Un abrazo,
Esther
Gracias por esta entrada, Esther. Gracias por seguir divulgando lo que nos es necesario entender, aunque duela. Me voy con las palabras de Mario Moreno clavadas, desangrando mi orgullo. Un abrazo.
Hola, Mónica, ¡un placer tenerte por aquí!
Son épocas difíciles de vivir, me parece; a veces, mirar las líneas que se tienden desde el pasado hace que comprendamos mejor el presente, lo cual no nos evita ni dolores ni dificultades, pero sí nos permite pensar con mayor amplitud sobre el presente y el futuro. No sé, ¡me parece!
Un abrazo,
Esther
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