Lejos está hoy la Feria del Libro de Buenos Aires de las de antes, las de las épocas en las que uno iba a encontrarse con los libros que no se hallaban en ningún otro lugar, o a comprar barato lo que era caro en las librerías. Hoy, es un enorme tinglado comercial.
Igual se puede disfrutar, cómo no: tanto libro junto siempre es una maravilla. Mesas redondas, conferencias, espectáculos de variada índole, cursos y talleres: la Feria del Libro es un espectáculo al que vale la pena asistir.
Las imágenes de la columna lateral y la que encabeza el blog corresponden a fotografías de las pinturas y figuras —de tamaño natural—de uno de los stand, el del ejectivo nacional. La que aparece aquí, en esta entrada, refiere a Rodolfo Walsh, escritor y periodista argentino. No es fácil apreciar los detalles, así que explico: la cabeza está separada del tronco por una máquina de escribir estilizada y de la que caen gotas de sangre.
Rodolfo Walsh fue herido de muerte en una calle de Buenos Aires, el 25 de marzo de 1977, por un grupo de tareas. Corría la peor época de la dictadura militar; un día antes, Walsh había escrito una carta abierta denunciando los crímenes cometidos desde el gobierno. Todavía no se sabe qué pasó con sus restos, como no se sabe de muchos de los 30.000 desaparecidos en la larga noche de los años de plomo.
Quizás uno de sus libros más reconocidos sea Operación Masacre, que, pese a su nombre, está lejos de ser ficción: trata sobre los fusilamientos en los basurales de León Suárez, cuando fueron ajusticiados civiles acusados de levantarse contra otra de las dictaduras surgidas de un golpe militar: la "Revolución Libertadora", en 1955, que derrocó al presidente Perón. Curiosamente, uno de los episodios que preludiaron a esta "revolución libertadora" quedó sepultado en el silencio durante décadas, y hace muy poquito tiempo recién fue oficialmente sacado a la luz pública: el 16 de junio de 1955, los aviones de la Marina de Guerra Argentina descargaron más de 9 000 kilos de bombas sobre la Plaza de Mayo y adyacencias. Sobre la gente que, como todos los mediodías, circulaba por allí. Ellos querían matar a Perón, nada más.
A pocos días de la recuperación de la democracia, el presidente Alfonsín firmó el decreto por el cual se abría el juicio a los integrantes de las Juntas Militares. El jucio culminó con la condena por sus crímenes y penas de cárcel, y abrió las puertas para otros juicios similares. Apenas dos años después el mismo gobierno de Alfonsín consiguió la promulgación de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, y con ellas, la mayoría de los represores quedaron libres de culpa y cargo.
En 1989 el siguiente presidente constitucional, Menem, promulgó, haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales, el primer decreto de indulto.
Las organizaciones de derechos humanos, otras organizaciones civiles, los gremios y muchos partidos políticos (incluso del propio gobierno) convocaron a una movilización en la Plaza de Mayo.
Hace doscientos años atrás, la Plaza de Mayo no era una plaza bonita ni se llamaba "de Mayo", porque hace dos siglos atrás fue la primera convocatoria, allí, al borde del —todavía hoy existente— edificio del Cabildo, y era, justamente, mayo, y en ese Cabildo la orgullosa cabecera del orgulloso Virreynato del Río de la Plata comenzaría a derrumbarse para dar paso a las luchas por la independencia. En esos años convulsionados y convulsionantes, desde el norte al sur de Sudamérica la gesta independentista dio paso a los primeros atisbos del actual mapa político de la región. Casi doscientos años después, en los años 70, los militares de Sudamérica, en una curiosa (¿curiosa?) sincronización derrumbaron uno a uno los gobiernos democráticos e impusieron modelos políticos, sociales y económicos similares.
En setiembre de 1989 Buenos Aires fue teatro de la, quizás, mayor movilización desde el 83 a la fecha; cien mil personas (o 150 000, según quién haga los cálculos) se convocaron en Plaza de Mayo en contra del indulto. La organización de la movilización y de las columnas se vio desbordada; la gente, la que no se reconocía en organizaciones, gremios o banderías políticas, apareció así nomás, suelta; familias con los niños de la mano, ancianos en sillas de ruedas, señores serios de traje y corbata que recién salían de su oficina; y se metían en cualquier espacio, donde podían, entremezclados con los militantes.
Pero nada impidió la promulgación de ese decreto, ni del siguiente, un año después, con el que quedaban libres de penas incluso los integrantes de la Junta Militar.
Anoche, un millón de personas esperaba, en las calles de Buenos Aires, las cero horas del día del aniversario doscientos de aquel primer 25 de mayo.
Durante los últimos veinte años las organizaciones de derechos humanos no bajaron los brazos. Las leyes y decretos dejaron resquicios; por ejemplo, no contemplaban la apropiación ilegal de niños (los secuestrados junto a sus padres o nacidos en cautiverio), y por esos resquicios se continuó la lenta tarea de enjuiciar a los culpables. Hace un mes, la Corte Suprema de Justicia dictaminó la inconstitucionalidad del decreto que indultó a Jorge Rafael Videla y a su Ministro de Economía, José Martínez de Hoz. Antes, habían sido revocadas las leyes alfonsinistas y otros dictámenes judiciales habían impuesto la inconstitucionalidad de los indultos a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad.
Veinte años.
¿El ministro de economía? Ah, el terror de los años de plomo no fue meramente político. Antes del golpe militar Argentina era un país de olvidos e injusticias, sí. Pero durante la dictadura cayó en picada en una ordalía de fábricas cerradas, pobreza y desocupación creciente, una deuda externa pavorosa y fraudulenta y una clase media que se volcó en masa a la timba financiera, pasando de la cultura del trabajo a la cultura de la plata dulce.
Curiosamente (¿curiosamente?) durante el gobierno de Menen la desocupación creció todavía a límites superiores, la destrucción del aparato industrial se profundizó, y en la gran fiesta privatista se vendió el país entero: reservas petrolíferas y otras naturales, comunicación, lo que fuese era factible de ser vendido y se vendió. Todo en nombre de la eficiencia neoliberal.
Hay una foto que está faltando; no disponía de distancia suficiente como para tomarla. La Feria del Libro se realiza en el prado ferial de la Sociedad Rural Argentina. A la entrada del edificio del Hall Central, sobre la puerta de acceso, si uno levanta la mirada, puede ver una placa con el nombre de uno de los socios fundadores, allá por 1866, y primer presidente de la Asociación: José Martínez de Hoz.
En todo esto pensaba a las cero horas del día de hoy, mientras escuchaba "Oíd mortales/el grito sagrado/libertad, libertad, libertad".
No queda otra que continuar caminando hacia ella —hacia la utopía—, aunque sepamos que se encuentra allí, justo en el horizonte. Y la línea del horizonte sea (es) inalcalzable.
Igual se puede disfrutar, cómo no: tanto libro junto siempre es una maravilla. Mesas redondas, conferencias, espectáculos de variada índole, cursos y talleres: la Feria del Libro es un espectáculo al que vale la pena asistir.
Las imágenes de la columna lateral y la que encabeza el blog corresponden a fotografías de las pinturas y figuras —de tamaño natural—de uno de los stand, el del ejectivo nacional. La que aparece aquí, en esta entrada, refiere a Rodolfo Walsh, escritor y periodista argentino. No es fácil apreciar los detalles, así que explico: la cabeza está separada del tronco por una máquina de escribir estilizada y de la que caen gotas de sangre.
Rodolfo Walsh fue herido de muerte en una calle de Buenos Aires, el 25 de marzo de 1977, por un grupo de tareas. Corría la peor época de la dictadura militar; un día antes, Walsh había escrito una carta abierta denunciando los crímenes cometidos desde el gobierno. Todavía no se sabe qué pasó con sus restos, como no se sabe de muchos de los 30.000 desaparecidos en la larga noche de los años de plomo.
Quizás uno de sus libros más reconocidos sea Operación Masacre, que, pese a su nombre, está lejos de ser ficción: trata sobre los fusilamientos en los basurales de León Suárez, cuando fueron ajusticiados civiles acusados de levantarse contra otra de las dictaduras surgidas de un golpe militar: la "Revolución Libertadora", en 1955, que derrocó al presidente Perón. Curiosamente, uno de los episodios que preludiaron a esta "revolución libertadora" quedó sepultado en el silencio durante décadas, y hace muy poquito tiempo recién fue oficialmente sacado a la luz pública: el 16 de junio de 1955, los aviones de la Marina de Guerra Argentina descargaron más de 9 000 kilos de bombas sobre la Plaza de Mayo y adyacencias. Sobre la gente que, como todos los mediodías, circulaba por allí. Ellos querían matar a Perón, nada más.
A pocos días de la recuperación de la democracia, el presidente Alfonsín firmó el decreto por el cual se abría el juicio a los integrantes de las Juntas Militares. El jucio culminó con la condena por sus crímenes y penas de cárcel, y abrió las puertas para otros juicios similares. Apenas dos años después el mismo gobierno de Alfonsín consiguió la promulgación de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, y con ellas, la mayoría de los represores quedaron libres de culpa y cargo.
En 1989 el siguiente presidente constitucional, Menem, promulgó, haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales, el primer decreto de indulto.
Las organizaciones de derechos humanos, otras organizaciones civiles, los gremios y muchos partidos políticos (incluso del propio gobierno) convocaron a una movilización en la Plaza de Mayo.
Hace doscientos años atrás, la Plaza de Mayo no era una plaza bonita ni se llamaba "de Mayo", porque hace dos siglos atrás fue la primera convocatoria, allí, al borde del —todavía hoy existente— edificio del Cabildo, y era, justamente, mayo, y en ese Cabildo la orgullosa cabecera del orgulloso Virreynato del Río de la Plata comenzaría a derrumbarse para dar paso a las luchas por la independencia. En esos años convulsionados y convulsionantes, desde el norte al sur de Sudamérica la gesta independentista dio paso a los primeros atisbos del actual mapa político de la región. Casi doscientos años después, en los años 70, los militares de Sudamérica, en una curiosa (¿curiosa?) sincronización derrumbaron uno a uno los gobiernos democráticos e impusieron modelos políticos, sociales y económicos similares.
En setiembre de 1989 Buenos Aires fue teatro de la, quizás, mayor movilización desde el 83 a la fecha; cien mil personas (o 150 000, según quién haga los cálculos) se convocaron en Plaza de Mayo en contra del indulto. La organización de la movilización y de las columnas se vio desbordada; la gente, la que no se reconocía en organizaciones, gremios o banderías políticas, apareció así nomás, suelta; familias con los niños de la mano, ancianos en sillas de ruedas, señores serios de traje y corbata que recién salían de su oficina; y se metían en cualquier espacio, donde podían, entremezclados con los militantes.
Pero nada impidió la promulgación de ese decreto, ni del siguiente, un año después, con el que quedaban libres de penas incluso los integrantes de la Junta Militar.
Anoche, un millón de personas esperaba, en las calles de Buenos Aires, las cero horas del día del aniversario doscientos de aquel primer 25 de mayo.
Durante los últimos veinte años las organizaciones de derechos humanos no bajaron los brazos. Las leyes y decretos dejaron resquicios; por ejemplo, no contemplaban la apropiación ilegal de niños (los secuestrados junto a sus padres o nacidos en cautiverio), y por esos resquicios se continuó la lenta tarea de enjuiciar a los culpables. Hace un mes, la Corte Suprema de Justicia dictaminó la inconstitucionalidad del decreto que indultó a Jorge Rafael Videla y a su Ministro de Economía, José Martínez de Hoz. Antes, habían sido revocadas las leyes alfonsinistas y otros dictámenes judiciales habían impuesto la inconstitucionalidad de los indultos a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad.
Veinte años.
¿El ministro de economía? Ah, el terror de los años de plomo no fue meramente político. Antes del golpe militar Argentina era un país de olvidos e injusticias, sí. Pero durante la dictadura cayó en picada en una ordalía de fábricas cerradas, pobreza y desocupación creciente, una deuda externa pavorosa y fraudulenta y una clase media que se volcó en masa a la timba financiera, pasando de la cultura del trabajo a la cultura de la plata dulce.
Curiosamente (¿curiosamente?) durante el gobierno de Menen la desocupación creció todavía a límites superiores, la destrucción del aparato industrial se profundizó, y en la gran fiesta privatista se vendió el país entero: reservas petrolíferas y otras naturales, comunicación, lo que fuese era factible de ser vendido y se vendió. Todo en nombre de la eficiencia neoliberal.
Hay una foto que está faltando; no disponía de distancia suficiente como para tomarla. La Feria del Libro se realiza en el prado ferial de la Sociedad Rural Argentina. A la entrada del edificio del Hall Central, sobre la puerta de acceso, si uno levanta la mirada, puede ver una placa con el nombre de uno de los socios fundadores, allá por 1866, y primer presidente de la Asociación: José Martínez de Hoz.
En todo esto pensaba a las cero horas del día de hoy, mientras escuchaba "Oíd mortales/el grito sagrado/libertad, libertad, libertad".
No queda otra que continuar caminando hacia ella —hacia la utopía—, aunque sepamos que se encuentra allí, justo en el horizonte. Y la línea del horizonte sea (es) inalcalzable.
7 comentarios:
Tal cual, compañera. Nadie hubiera podido expresarlo mejor. Comparto todas y cada una de estas líneas. Perdoname, Esther. Pero no pude no dejarte esto.
Besos.
Sí que es una larga historia la de nuestro país, Turkesa; y tanto que ha pasado, y tanto que todavía no terminamos de comprender o de querer ver. Pensaba en eso anoche, cuando veía las escenas de Malvinas y de las Madres.
Pero, ¿qué queda? Seguir para adelante, ¿no?
Un abrazo,
Esther
¡Me pasó igual! La escena de las Madres y Malvinas me dejaron b... helada. Resultaron espadas viejas en miradas cansadas. Y, afortunadamente en otras miradas renovadas -no las nuestras-, fueron ejemplo de lo que no debe ser, porque creen un poco más.
Está bueno, es lo correcto. Es... la Historia por fin mostrada. ¡Bah! No sé. Lo que sé es que me gustó todo lo que vi. No creí poder ser testigo de tanta serenidad, alegría y regocijo en paz, soltando el pasado y apostando a un presente, aunque sea más que incierto.
Sorry por la cháchara.
Fue una fiesta conmovedora. Algunos estábamos voraces de contemplar algo así.
(¡Fito estaba exultante!)
Besos azules y blancos,compatriota.
Justamente como decís, Turkesa. Rescatar el pasado con las luces y las sombras, sin desmerecer a las primeras ni negar a las segundas. Una sociedad sin memoria… Bueno, eso es lo que quisieron vendernos tantas veces, ¿no? Y no, no. Sin raíces no hay siquiera un incierto presente.
Es bueno tener, aunque sea una vez, una fiesta que conmueva. ¡Falta que nos hace, sí!
Un abrazo,
Esther
Excelente, Esther. Gracias por ponerlo tan claro.
La fiesta fue impresionante. Quién lo iba decir, tantos argentinos juntos, contentos y en paz. Estuve por las calles el lunes y el martes, y aunque vi muy poco (todo estaba sobrepasado, felizmente sobrepasado), no se trataba de ver, sino de participar. Y me siento satisfecho con eso.
En cuanto a la utopía, al horizonte, ya sabemos que es imposible. Pero, como dice Galeano (palabras más, palabras menos): ¿Para qué sirve? Para caminar, para eso sirve.
Un abrazo,
Alejandro.
Alejandro... ¡mil perdones! Se me traspapeló el responderte... ¿Será porque he tenido casi abandonado el pobre blog durante dos o tres meses?
Debe haber sido lindo andar por allí; por mi parte, tuve que conformarme con la televisión. Pero, la verdad, incluso en la pantalla resultaba sobrecogedor tanta, tanta gente y con tanta alegría desbordada.
Un abrazo!
Esther
¡Tan tiempo desde la dictadura!
¡Tanto tiempo desde que llegué a Prosófagos!
¡Tanto tiempo sin hablarnos!
Me conmovieron tus palabras, las madres y las Malvinas.
Y el mundo sigue. Es vewrdad.
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