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15/9/11

Por quién doblan las campanas

Candela tenía once años. Desapareció el 22 de agosto en Hurlingham, provincia de Buenos Aires. Fue encontrada muerta nueve días después, en una bolsa de basura tirada en un solar vacío, a pocas cuadras de su casa. Aún no se sabe quiénes fueron los responsables ni el porqué. El país se conmovió por su desaparición y muchos sintieron a Candela como si se tratase de una hija propia.

Los escandalosos errores de la investigación y la no menos escandalosa cobertura por una parte de la prensa convirtieron su historia en un circo mediático, obsceno. Veinticuatro horas al día circularon imágenes y noticias, primero, "para ayudar en su búsqueda", luego, "para exigir justicia".  Lejos de un capítulo de "La ley y el orden", una posible llamada de un secuestrador salió al aire antes de que el propio juez tuviera noticia de ella, la declaración de un testigo de identidad reservada se filtró a todos los canales de televisión casi cuando la tinta todavía estaba fresca, y todos pudimos ver, cómodamente sentados en nuestra casa, cómo la madre de la niña era llevada  a reconocer el cadáver de su hija, no en una morgue, no en privado, sino en el basural donde fue hallada y con las cámaras de televisión filmando sin pudor su dolor. Decenas y decenas de expertos en criminología llenan los espacios televisivos, dan su opinión, emiten hipótesis, discuten entre ellos y con los abogados de este acusado o del otro. Abogados que, incluso, intercambian sus tácticas y estrategias ante las cámaras, como si ese fuera el medio idóneo.

Todos acuerdan en que se trata de un crimen terrible. En eso sí acuerdo: una sociedad en la que los chicos no están protegidos es una sociedad que no puede llamarse a sí misma civilizada. Candela y todos los otros niños y adolescentes son las víctimas propiciatorias que ofrendamos a un dios perverso, día tras día, en los circuitos de la droga, los accidentes de tránsito, la pobreza, la desnutrición, el maltrato infantil. Los ofrendamos porque no somos capaces de defenderlos.  

Hay cuestiones que son ideológicas. Hay cuestiones que tienen que ver con la mediocridad profesional. Supongo. Estas son las explicaciones que encuentro a la hora de intentar comprender por qué muchos medios de información, pudiendo haber ocupado los espacios para exponer a la conciencia pública qué sucede con nuestros chicos, con seriedad, con profundidad, con altura, se hayan inclinado por armar ese impúdico circo morboso.

Curiosamente hubo otra noticia estos días que, si bien se publicó, no obtuvo de los medios de información, ni de lejos, la misma relevancia. El lunes 12 de setiembre, en la ciudad de La Plata, se inició el jucio oral y público en la causa llamada "circuito Camps".

El general Ramón Camps fue el jefe militar de la Policía de la provincia de Buenos Aires durante la última dictadura militar. Bajo sus órdenes se gestó una de las redes más sofisticadas y macabras del terrorismo de estado. Conformada por seis centros de detención clandestina, los detenidos (¿detenidos? Secuestrados…) se hacían circular por ellos, con una precisa logística organizada alrededor de la desaparición forzosa de personas, la tortura, apropiación de bebés y asesinatos. Así que este es un juicio histórico: por primera vez se tratará, en la Justicia, el funcionamiento coordinado de un circuito de centros clandestinos que operó en la mayor provincia del país. No un represor en particular, no un conjunto de víctimas, no un centro clandestino: una red planificada, pensada y utilizada congruentemente dentro de una estrategia de terrorismo de estado.

Dentro de las 281 víctimas que contempla la causa se encuentran los chicos de "La noche de los lápices". La noche del 16 de setiembre de 1976 "grupos de tareas" de la policía bonaerense y del ejército secuestraron de su domicilio a diez estudiantes secundarios entre 14 y 18 años. Solo cuatro sobrevivieron. Los diez no fueron los únicos: otros operativos se pusieron en marcha antes y después de esa noche negra. En esos momentos, en la ciudad de La Plata los estudiantes secundarios estaban movilizándose para conseguir un "boleto estudiantil", más económico que el boleto común. ¿Fue esa la causa? En todo caso fue el disparador. Más bien hay que reparar en los dichos de un coronel, ante un grupo de padres: que se llevaban a los jóvenes que habían estudiado "en colegios subversivos, para cambiarles las ideas". Estos dichos están en un todo de acuerdo con  los de Camps, quien calificó las operaciones como una lucha contra "el accionar subversivo en las escuelas". Cuestión de estrategia: para eliminar la subversión no solo había que eliminar a los jóvenes y adultos "subversivos"; también había que eliminar a los adolescentes que podían llegar a ser potenciales relevos en una militancia política o gremial. Cambiar las ideas no es sencillo: es más sencillo desaparecer a las personas.

¿Por qué es tan escasa la cobertura de este juicio, frente a la dada a la desaparición de Candela? ¿Será que la muerte de una niña de once años es más terrible que la de una de catorce? ¿O el dolor de una madre será, acaso, mayor en el 2011 que en 1976? Los treinta y cinco años pasados, ¿vuelven menos despiadado el horror?

No sé.

Pero algo no va bien en una sociedad donde parece que las heridas de hoy existen para dejar de lado las heridas, todavía abiertas, de ayer, y las de ayer, para olvidarse de las de la semana pasada. Una sociedad donde todos jugamos a ser policías, psicólogos forenses, expertos en criminología, abogados y jueces, hablamos de pruebas que no conocemos, de declaraciones de cuya fiabilidad no sabemos nada y perseguimos sospechosos por todos los canales de televisión. Y, al mismo tiempo, parece que nos olvidamos de que la historia tiene su propia lógica, su propio devenir. Treinta y cinco años, en tiempos de una sociedad, es como decir ayer nomás. La historia no perdona la ausencia de memoria, porque una sociedad no es lo que es: es lo que es porque fue.

Centro de detención clandestino "Pozo de Banfield".
Pasillo de celdas.
Hace solo cinco años, en setiembre de 2006, desapareció Julio López, testigo clave en el juicio por crimenes de lesa humanidad contra Etchecolatz. Julio ya había testimoniado. Su desaparición no afectaba para nada el curso del juicio; de hecho, sucedió el día anterior a que se conociera el fallo judicial. ¿Por qué, entonces? Un aviso. Un mensaje a futuro para las víctimas, los testigos, los jueces, el poder político: "aquí estamos todavía, podemos, lo hacemos, y lo hacemos con la seguridad de sabernos impunes". Julio sigue desaparecido y nada se sabe de él. No parece haber pistas, cursos de acción, nada. ¿Y quién es Etchecolatz? Quien fue la mano derecha del General Camps, en su papel de Director de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires.


Candela, hoy, Laura, hace treinta y cinco años: la injusticia de tanta muerte impiadosa es una única e intrincada red que nos atraviesa en el espacio y en el tiempo. Como dijo John Donne: «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»



10 comentarios:

Daniel A. Franco dijo...

Oye, vengo a saludar. Más al rato vengo a leer. MuNcho gusto de verte por estos derroteros.

D

Anónimo dijo...

Esther, BIENVENIDA

Esther dijo...

Hola, Daniel, Natalia, ¡un gusto verlos por aquí!

Abrazos,
Esther

Margarita dijo...

Terrible en ambos casos. Es un tema que debería sensibilizarnos a todos y todos deberíamos reclamar justicia. No pasa así en mi país, que, después de setenta años, sigue sin hacerse justicia. Por ello admiro que en Argentina haya personas valientes que se atrevan a dar el paso de hacerlo, aunque lamentablemente no tenga mucha repercusión en estos momentos, y, seguro que sea del todo insuficiente, pero menos es nada. La historia seguro que lo agradecerá. El pueblo jamás debería olvidar su historia y recordar a las víctimas de estas dictaduras feroces.

Abrazos,

Margarita

Vanessa dijo...

Terribles sucesos descritos con precisión y reflexion. Crímenes terribles como ésos también sucedieron en mi país en un pasado reciente y en otro aún más reciente. Me alegro de volver a saber de ti, un abrazo.

Anónimo dijo...

Buena reflexión. La injusticia no tiene acepciones, solo significa una cosa.
dafd

Esther dijo...

Hola, Margarita, un gusto verte por aquí.
Sí, ambos casos requieren de un reclamo de justicia que, lamentablemente, cuando se confunde con circos mediáticos deja de ser un reclamo de justicia para convertirse solo en eso, en un circo...
Quizás todavía, en mi país, no somos conscientes de cuánto le debemos a las Madres y a las Abuelas de la Plaza; creo que ellas escribieron una historia diferente por su fortaleza y su valentía (tanto durante la dictadura como en los gobiernos posteriores); marcaron un camino de memoria, verdad y justicia, con tanta decisión que hubo que seguirlas. Porque no es nada fácil aceptar, como sociedad, la necesidad de cerrar las heridas abiertas de esa forma: con memoria, verdad y justicia. Creo que más bien es muy, muy difícil.

Un abrazo,
Esther

Esther dijo...

Hola, Madelyne, tanto tiempo... ¡Un gusto que estés por aquí!

Hay historias de violencia que, de una forma u otra, posiblemente estén próximas en la memoria de todos nuestros países: no solo nos une el idioma. Todavía sueño con un futuro en el que logremos sociedades menos violentas (aunque es difícil sostener esos sueños...).

Un abrazo,
Esther

Esther dijo...

Hola, anónimo (¿dafd?, ¿el mismo que conocí en Prosófagos?), tienes razón.
Por eso siempre me gustó, mucho, la cita de John Donne; creo que refleja una realidad que no logramos aceptar.

Un abrazo,
Esther

dafd dijo...

Sí, perdona, dafd el de prosófagos. No obedecía el ordenador.