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16/9/09

Sinestesia

No supo qué hacer ante tanto corte de ruta y de calle. Ella solo quería llegar al cumpleaños de la prima Lucía, con el regalo —una remera color lila— envuelto en papel brillante, el maquillaje fresco en sus ojos y el cabello recién arreglado en la peluquería de la vuelta. Pero no lograba salir del barrio, encontrar un colectivo, acceder a una boca de subte. Una marabunta de manifestantes se esparcía por puentes y avenidas, salvo aquellas bloqueadas por gomas incendiadas, camiones de través, peleas a puño y palos entre columnas antagónicas..., y los pies le empezaron a gemir en las sandalias nuevas, los dedos agarrotados entre las tirillas imitación cuero, el empeine forzado por la altura de los tacos. Al cabo de una hora de avanzar, retroceder, intentar un atajo, girar en círculos reflejándose en las mismas vidrieras protegidas por rejas, no le quedó otra que sentarse en un banco, a la entrada de un edificio de departamentos, sacarse las sandalias, estirar los pies, mover los dedos, apoyar la planta en el piso —sucias, las baldosas—, primero el pie izquierdo, luego el derecho, de a uno porque de otra forma el hormigueo y el dolor se volverían insoportables. De pronto, y antes de que llegara a calzarse de nuevo, los que marchaban por la calle comenzaron a correr, agitando las pancartas y vociferando como posesos. Ella miró la estampida sin saber qué hacer; solo atinó a apretar con fuerza su cartera. Uno chocó contra sus piernas extendidas, trastabilló y la insultó a gritos; el que venía detrás se agachó y agarró las sandalias y huyó con ellas, quizá para usarlas como si fueran piedras. Quedó inmóvil, casi acurrucada en el asiento, incapaz de reaccionar, y tampoco lo hizo cuando la granada de gases golpeó contra el árbol que estaba enfrente de su banco. En una perfecta sinestesia, cuando los gases le invadieron la nariz, la boca, los ojos, y le bloquearon la laringe y la tráquea y le cortaron la respiración, los pies dejaron de dolerle. Primero el derecho, luego el izquierdo.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Esther!

Cuanto tiempo sin leer algo tuyo. Me ha parecido un micro muy convincente, y el final es estupendo. Vaya sinestesia. Y pobre muchacha, menuda manera de acabar el día...

Curioso lo de usar los zapatos como piedras =) Me gustó ese detalle.

Bien ambientado, y conseguida la frustración de la chica.

¡Enhorabuena!

Abrazos,

naTTs

Esther dijo...

!Gracias, NaTTs!

Es bueno, muy bueno, que te haya parecido que el micro funciona: la ambientación es clave, porque sin ella los sentimientos de la protagonista dejarían de ser creíbles.

Los zapatos como piedras: jajajaja. Mira, este cuento lo subí en Prosófagos hace mucho, y hubo una larguísima discusión sobre esta frase. Ahora la modifiqué ligeramente, pero luego de bastante reflexionar decidí no eliminarla.
En una manifestación en estampida, como esta, los manifestantes usarán todo lo que puedan como proyectil... las piedras son de elección. Pero llegado el caso, otros objetos también sirven, ¿no?

!Cariños!
Ah, y felicitaciones por el examen!!

Blanca Miosi dijo...

Esther, no recuerdo haber leído este cuento antes. Pero mi memoria no es de fiar, así que por mí, feliz, porque pude disfrutarlo al máximo.

Tus cuentos son sumamente descriptivos, de manera que es fácil situarse al lado de la chica y observarla a través del narrador, ¡en serio! como si estuviera sentada al lado de la chica de la remera color lila, toda enperifollada, de peluquería y con sandalias nuevas. Las manifestaciones las veo, las siento, y las huelo, pues me he visto envuelta en más de una con mi bandera y mi botellita de vinagre para el gas lacrimógeno. pero dejé de asistir cuando empezaron a lanzar gas mostaza. Oye, bueno es ser patriota, pero no idiota.
Y pensar que sabemos cuándo unas sandalias van a ser la causa de muchos sufrimientos!, pero aún así vamos a por ellas. Y cuanto más altas, delicadas, casi imposibles anatómicamente de sostener nuestros pies, las compramos. Porque no es importante si nosotras debamos sostenerlas a ellas, lo importante es que nuestros pies se vean finos, que las uñas luzcan la pedicure, que se note la piel suave y sea el punto focal de nuestro atuendo. ¿Qué importan las sandalias! son los pies los que lucirán y por ello si es posible unas de una sola tira, ¡mejor! pero oye, ¿A quién se le ocurriría llevarse las sandalias para arrojarlas como piedras? ¡con seguridad a un reaccionario! ¡un fascista! sólo ellos odian las sandalias de tacón de un tira.
Y pensar que ella solo quería descansar los pies... y terminó descansando para siempre. Pero eso sí: siempre pensando en sus pies. Primero en uno. Después en el otro. Esta vez sin sandalias.

Me ha encantado, Esther, me has hecho divagar como a mí me gusta.

Un besote!
Blanca

Jesus García L. dijo...

A veces la vida se nos presenta distinta a como la planeamos.

Ella inmersa en su proio mundo (sandalias, pies y cumpeaños) mientras qe a su alrededor la vida se desmorona en un mundo que le importa un rábano los mundos privados.

Cuando por ley divina o no, se juntan los dos mundos uniendose en uno, ella separa el suyo preservándolo hasta el último respiro.

Esther, decir que me ha encantado es decir muy poco, por lo tanto sólo diré ¡magnífico! voy a volverlo a leer, y recordar, como le ocurre a Miosi, aquellas carreras delante de una mano que enfundaba una porra y me gritaba "Corre más chaval que te arreo".

Un saludo
Jesús

Esther dijo...

Blanca, tu comentario es imperdible. Las mujeres, los pies y los zapatos… Cuanto más altos, cuanto más difícil sea caminar con ellos, parecería que es mejor. Yo, todavía no he logrado dilucidar cómo hacen actrices y vedettes para bailar con tacos altísimos. ¿Cuántas horas de entrenamiento se requerirán para llegar a tal hazaña? Por mi parte, comencé a pensar seriamente en el tema en mis años de estudiante en una ciudad que conserva algunas calles empedradas. Es difícil caminar —ni qué decir correr— con tacos altos en el empedradro.
Me divirtió mucho lo de la botellita de vinagre. O el pañuelo empapado en limón, que viene a ser más o menos lo mismo. Pero es cierto: el gas lacrimógeno (salvo circunstancias particulares) es bastante inofensivo. Pero… ¿gas mostaza? Eso no es posible.

Oye, no se me había ocurrido el caracterizar políticamente a quien pueda intentar utilizar una sandalia como arma arrojadiza. Pero… no vaya a ser que tengas razón, Blanca.

Cariños,
Esther

Esther dijo...

Jesús:
“Ella inmersa en su proio mundo (sandalias, pies y cumpeaños) mientras qe a su alrededor la vida se desmorona en un mundo que le importa un rábano los mundos privados.
Cuando por ley divina o no, se juntan los dos mundos uniendose en uno, ella separa el suyo preservándolo hasta el último respiro.”
Qué bien has sintetizado la historia… en apenas dos líneas. Ella solo quería estar y seguir en su propio mundo, ajeno al externo. Pero no pudo: al mundo externo poco le importaba que ella, en ese momento, solo quisiera definirse así: sandalias, pies y cumpleaños.

Y veo que hay recuerdos que son comunes… cambiarán las frases (jajajaja… chaval) y las circunstancias particulares. Pero no las generales, ¿no es así?

Me alegra que te haya gustado. Muy mucho, me alegra.

Cariños,
Esther

Anónimo dijo...

Me ha gustado el relato corto: simple, breve y efectivo. Y la pobre chica, al final, tirada en la calle.

Saludos.

Esther dijo...

Qué gusto verte por aquí, Lautréamont. Tu comentario también es breve, sencillo y efectivo. ¿Acaso, en el fondo, la Historia no puede reconocerse en que, al final, siempre queda una pobre chica (o chico, o niño,o lo que sea), tirado en alguna calle?
(Hoy me levanté algo pesimista)

Abrazos,
Esther

Sergio G.Ros dijo...

Me ha parecido un relato buenísimo. Descriptivo y brillante. Casi diría que me parece sacado de un manga japonés (no me preguntes por qué) pero tiene ese realismo palpable, de colores vívidos y sensaciones que el lector pueda percibirlos y saber qué se siente porque él ya ha sentido algo parecido en su propia vida.
Me quedo con la imagen de ella estirando los pies y moviendo los deditos, je,je...
Muy bella factura.
Sergio

Esther dijo...

¡Gracias, Sergio!

Qué cosa curiosa esto que decís del manga japonés… porque, verás, no es un género al que le haya prestado atención; y sin embargo, si es que este relato te hace pensar que parece sacado de uno, entonces, entonces… quizás sí deba prestarle atención, ¿no? Puede ser que exista alguna resonancia que me convenga detectar, jejejeje.

“Me quedo con la imagen de ella estirando los pies y moviendo los deditos, je,je... “
¡Creo que esta imagen ha ganado por goleada entre los lectores!

Abrazos,
Esther

Manuel Navarro Seva dijo...

Hola, Esther,
Nos traes una gran historia contada en unas pocas líneas. Contada, además, con palabras, frases precisas, de manera directa, certera. Me gusta además ese final que utiliza los pies que le dolían, primero el derecho, luego el izquierdo, y que han dejado de dolerle porque ya no puede respirar. Es un gran final.
Un relato de los que me hubiera gustado escribir a mí.
Me gusta mucho.
Besos,
Boris.

Esther dijo...

No logro acostumbrarme a la idea de que creas, Boris, que el final es un gran final. Menos todavía que pienses que te hubiera gustado escribirlo a vos.

!Gracias!

Abrazos,
Esther