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20/4/08

No entendí

—No entendí —dice Juana.

—¿Qué no entendiste?

—Nada.

—¿Cómo que nada? Llevo tres clases explicando ecuaciones de segundo grado... ¡Algo tendrás que haber comprendido del tema!

—No. Esto es muy difícil.

—¿Muy difícil...? A ver, el resto... ¿qué dicen? ¿Tampoco entendieron?


Silencio profundo.


—¡Pero será posible! Elenita... vos, sí... ¡vos! ¿Qué es una ecuación de segundo grado?

—Este... bueno... de segundo grado... bueno, es cuando es mayor que el primer grado, ¿no?


Elenita vacila y se queda mirando el pizarrón, con mirada ausente.


—¿Mayor...? ¿Qué es mayor? ¿Qué cosa es mayor?

—Bueno, es mayor la ecuación, es más grande, eso —contesta Elenita.

—¡Oh, más grande! ... Por favor, Ernesto, no sé qué estás haciendo, ¡pero dejá ya de hacerlo! ¿Me escuchás?

—Sí, profesora, la escucho. Pero no estoy haciendo nada.


Ernesto pone cara de pánfilo, o sea, cara apropiada a las circunstancias.


—Seguro. No estás haciendo nada. Bueno, entonces, ¡ponete a hacer algo ahora mismo! Contestame la pregunta. ¿Puede ser una ecuación más grande?

—Ahh... más grande la... ¿la qué?

—¡Una ecuación, Ernesto, una ecuación! ¡Hace un mes que estamos dando ecuaciones, supongo que sabrás de qué se trata!


Ernesto mira el techo. Él no está seguro si “ecuación” es el nombre de una isla, de un triángulo o de un prócer, pero reconoce a la profesora como la profesora de matemáticas, así que suma uno más uno y se queda con la segunda opción.


—Sí, ... claro... Una ecuación es más grande cuando tiene mayor hipotenusa.


La profesora lo observa, incrédula. El aire se carga de silencio y electricidad.


Se escuchan algunas risitas disimuladas. Algunos, los escasos que tienen alguna idea del tema, miran a su vez a la profesora, esperando expectantes el estallido que traerá emoción a la rutina. Al fondo del aula, tres jovencitos abandonan su disputa sobre fútbol, anoticiados de que “algo pasa”. La parejita que se sienta al lado de la última ventana, no. Ellos no se enteran de que la tercera guerra mundial se apresta a iniciarse allí mismo, al lado de su fervorosa reconciliación de ocultas caricias. Juana, feliz de haber dejado de ser el centro de atención, vuelve a su ocupación habitual: a escondidas, enviar mensajes por el celular a alguno de sus noviecitos. Es una tarea difícil: exige concentración para no equivocarse de destinatario; por eso le desagrada que los profesores la interrumpan durante la clase.

Ernesto, en cambio, epicentro de la furia creciente de la profesora, se agita incómodo en su silla. A él no le interesa siquiera un rabanito las tan mentadas ecuaciones. Pero no le gusta que las dos rubiecitas de atrás —que se creen tan sabihondas— se burlen a sus espaldas, ¡como si responder correctamente al profesor fuese importante! Bueno, las dos rubiecitas, como gustarle, le gustan bastante y más vale mucho, pero ellas no le prestan el tipo de atención que él desea. Piensa en “ese” tipo de atención y se pone un poco más nervioso. Muy nervioso. La silla, ahora, más que resultar incómoda, empieza a calentarse como el infierno.

La profesora, ignorante de todo, devota creyente de que para sus estudiantes la primavera es sólo la estación del año donde los árboles echan hojas, reacciona finalmente y, en un arranque de furia incontrolable, lo baja a hondazos de las alturas imaginativas a las que él había trepado:


—¡Cómo hipotenusa! ¿De dónde hipotenusa? ¡Hay que ser ignorante, Ernesto, no sé cómo llegaste hasta aquí! ¡Un niño de primaria sabe más que vos!


Ernesto, expulsado del paraíso, amedrentado por el griterío y la cara roja y sudorosa de su profesora, alcanza a susurrar con voz lastimera:


—No, me equivoqué, profesora, quise decir catetos.


Al día siguiente la profe pidió licencia. Dijo que estaba enferma, o que no nos quería ver más en su vida, o algo así, no me acuerdo. No importa, el nuevo profesor de matemáticas es excelente. Explica muy claro, le entendemos todo. Ahora nos está enseñando números compasivos. No, compactos. No, no, complejos. Eso, números complejos. Me confundí. Pero igual está bueno. Digo, el profesor de matemáticas está bueno. El único en esta escuela piojosa. ¡Se parece a George Clooney y todo, con esos ojos preciosos! Cuando te mira...bueno... te corre un frío... y ni te cuento cuando escribe en el pizarrón, de atrás está tan bueno como de adelante. Los muchachos dicen que es estúpido y gay, pero eso es porque están celosos.

10 comentarios:

Hank dijo...

Delicioso fragmento.

Ah, y deja de suponer: tenlo por cierto.

Saludos.

Montse de Paz dijo...

Hola, Esther,

¡Si lo sabrás tú, que en primavera los chicos están por otras cosas que los estudios...! Ah, las hormonas florecen y el cerebro se descoloca. Aunque, al menos en España, esa es la época en que hay que apretar más los codos.

Es muy gracioso y me gustan mucho algunas frases de esos párrafos en los que repasas a vista de pájaro la fauna de la clase. Pero el final me choca por ese brusco cambio de enfoque. Parece que el narrador sea omnisciente todo el rato -se mete dentro de los diferentes personajes, de sus pensamientos y sus sensaciones- y, al final, resulta que quien cuenta la historia es una de las alumnas. No parece muy congruente que ella lo sepa todo de sus compañeros y, además, los describa con esa ironía que da la distancia. No sé si ese cambio de perspectiva se podría pulir o retocar. Da la sensación de que hay dos narradores, al menos es lo que me ha parecido. ¿Me equivoco??

Besos,

Eli

Esther dijo...

Hola, Hank

!Gracias por el comentario!

Creo que todos guardamos recuerdos de esta naturaleza, y que esos recuerdos suelen tener una cualidad de dulce nostalgia, de alegre y deliciosa nostalgia.

Un abrazo,
Esther

Esther dijo...

Ah, Elisabet, !la primavera es una estación del año que trae lo suyo en las aulas! (jejejeje)

Gracias por el comentario, compañera; me alegro que te haya gustado la breve descripción "a vuelo de pájaro" de la fauna... detalle más o detalle menos, creo que es una fauna atemporal!

Y el asunto del narrador... pues es que son dos narradores, eso es lo que sucede. Acabo de revisar el texto: debería existir una línea de puntos o un espacio que separe ambos narradores, debería, pero se me ha "chispoteado" en la revisión (el cuento original fue reformado un poco tras las observaciones en el foro). Como mi pelea con el señor Blogger a la hora de re-editar son terribles (siempre gana él), volveré a editar el cuento!

Un cariño,
Esther

Manuel Navarro Seva dijo...

Hola, Esther,
La adolescencia, las matemáticas y la primavera conforman una mezcla explosiva. No es extraño, pues, que las profesoras o profesores se pidan un descanso.
Divertida historia y bien contada.
Felicidades.
Un abrazo,
Boris.

Esther dijo...

Boris, como siempre tus comentarios son breves, concisos... y acertadísimos.

La mezcla es sí, explosiva. Aunque este cuento es ficción pura... la verdad es que en mis pagos se multiplican las licencias por enfermedad de los profesores, en la segunda mitad del ciclo lectivo. Generalmente, por trastornos relacionados con el exceso de tensión y el stress!!

Un abrazo,
Esther

JUAN PAN GARCÍA dijo...

¡Hola, Ester!
He visto el enlace en el blog de mi primo y me he apresurado a ver lo que haces.
Retratas con maestría el mundo de las áulas,¡ja,ja,ja!
Un cuento divertido, del mismo tema actual del de "Las notas": los problemas del profesorado para impartir enseñanza.
Un placer leerte. Volveré. Un abrazo.

Esther dijo...

Bienvenido, Juan!

Hicieron bien los primos en "enviarte para aquí"

Las aulas parecen ser bastante similares de un lado y del otro del océano, ¿no es cierto? O quizás se trata de que los niños y los jóvenes son niños y jóvenes en todos lados... jejejeje

Un abrazo,
Esther

Anónimo dijo...

¡Ay, pobres de nosotros profesores! Peor aún cuando fuimos de estos "malos" alumnos y pasar del otro lado de la barrera. Y sigue sin importarnos un comino la bendita hipotenusa!
Por aquí he llegado desde las palabras microbióticas. Volveré con más calma.
Me parece muy bueno que aceptes un espacio de crítica, como lo veo aquí.
un saludo cordial

Esther dijo...

Jajajaja, Leonardo!

Es terrible haber sido uno de estos "malos alumnos" y luego verse a sí mismo "del otro lado del escritorio".

También he pasado las mías, no te creas. Este cuento es pura ficción, aunque... a veces la realidad supera la ficción, ¿no es cierto?

Un abrazo,
Esther