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28/11/07

Ventilación

En un día laboral y en invierno, a esa hora - las veintitrés- la mayor parte de los vecinos están atentos a los programas televisivos, o ya estableciendo acuerdos con su reloj-despertador. Fue ésa, aproximadamente, la hora en la que el edificio quedó a oscuras, como a veces sucede en épocas de crisis energética. El abrupto cese de motores y músicas dio paso a un leve sonido de roces, que un minuto antes eran indetectables. Ella estaba en el pasillo de su piso, el tercero, con una bolsa de basura en cada mano. Ciega, la invadió el pánico; su imaginación echó raíces profundas, alimentada en madrugadas insomnes y películas de bajo presupuesto. Instintivamente se arrimó a la pared, y comenzó a deslizarse -reptar- por la superficie rugosa, aferrada a sus bolsas repletas de desechos, intentando volver atrás en sus pasos y alcanzar el refugio de su departamento. Cuando llegó a una puerta, tanteó la madera, hasta encontrar la “E” en relieve. Ya tranquila, apoyó las bolsas en el piso y buscó las llaves en el bolsillo de atrás de los vaqueros.

A la mañana siguiente, un vecino madrugador encontró el pasillo sembrado de cáscaras de naranja, yerba mojada y toallitas higiénicas sucias. Fue necesario ventilarlo para eliminar la incómoda fetidez de tanto desperdicio. Una semana después, también fue necesario ventilar muy bien el departamento 3º E.

9/11/07

Canción de cuna


Esta noche he llorado todas las lágrimas. Abrazada a mi osito de peluche, repasando mis días, aquellos, esos.

Cuando no llovía eterna, desoladamente, como ahora.

Me vengo arrastrando desde hace, ¿cuánto?, ¿un mes, dos meses? Esperando que los conflictos se resuelvan por sí mismos, o quizás una ayuda mágica, rezando los ruegos sin destinatario en quien creer.

Ya, mi querido, no me quedan fuerzas. Se me escurrieron en las horas interminables de las esperas, cuando el teléfono suena, pero no, pero equivocado, ¿por qué no marca correctamente, pedazo de estúpido? –no, no lo digo, soy respetuosa, tú sabes-, la campanilla de la puerta en silencio, espiar tras las ventanas, por si llegas, por si un milagro.

Mi padre apareció ayer, de improviso, ¡hacía tanto que no nos veíamos! Llovía ya, y entonces él rebuscó en la alacena, encontró un viejo paquete de harina, con gorgojos, pero mi padre no se amilana por tan poco. Tamizó la harina, preparó las tortas fritas, y me llenó el departamento de olor a aceite quemado; no me importó, porque el aroma a infancia me rescató el alma durante un rato, precioso rato. Tomamos mate y hablamos de doña Josefina y sus ropas estrafalarias, y del hijo de los del almacén, que está por recibirse de ingeniero, y de la boda de Marina y ese novio que se consiguió por internet, mirá vos, cómo son las cosas ahora. Saqué el viejo album de fotos, el de mi infancia, y lo recorrimos, sentados en el sillón, sonriendo con ésta y con la otra. Mi padre desgranó anécdotas de mi madre, de mi abuela, de esas mujeres fuertes que hay en mi historia. Pero yo, casi no las conocí.

No le conté nada, por supuesto. El no entendería. Ël todavía cree que me ha educado bien, que soy una persona honesta, que miro la vida sin dudar de sus límites y de sus bellezas. No lo saqué de su error. ¿Para qué? Él ya sufrió lo suyo. Sus arrugas no merecen mis oscuridades.

Hoy no fui a trabajar, claro. LLamé por teléfono, conté las mentiras de rutina, la garganta, un virus, la fiebre, la tos. La tos me sale bien, regalo de fumadora empedernida. La fiebre, ésa no la mentí. Me persiguió todo el día, ardiéndome en la piel y recargándome los ojos. Tomé un té a mediodía, pero no me animé a mi acostumbrado pastiche de aspirinas. Por las dudas. Era antes. Antes. Tú sabes, antes de ir.

La clandestinidad es tan difícil, querido. Tan sucia. ¿Porqué debemos vivir en este país de mierda? Por suerte no hubo complicaciones con mis alergias. Por suerte fue rápido.

Porque estaba sola, como sabes.

No tanto como ahora, con este difuso dolor en el vientre y los antibióticos y la sed y el teléfono que no suena y el timbre enmudecido.

3/11/07

Sur

San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo;

Pompeya y más allá la inundación;

tu melena de novia en el recuerdo

y tu nombre flotando en el adiós.

La esquina del herrero, barro y pampa,

tu casa, tu vereda y el zanjón

y un perfume de yuyos y de alfalfa

que me llena de nuevo el corazón.

Sur,

paredón y después...

Sur,

una luz de almacén...

Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera y esperándote...

Ya nunca alumbraré con las estrellas

nuestra marcha sin querellas

por las noches de Pompeya...

Las calles y la luna suburbana

y mi amor y tu ventana

todo ha muerto... Ya lo sé.

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,

Pompeya y, al llegar al terraplén,

tus veinte años temblando de cariño

bajo el beso que entonces te robé...

Nostalgias de las cosas que han pasado,

arena que la vida se llevó,

pesadumbre de barrios que han cambiado

y amargura del sueño que murió.



Letra de Homero Manzi y música de Anibal Troilo. (1948)

http://www.satlink.com/usuarios/f/fm2000/musical.htm